Cuenta la leyenda que el Sol, la Luna y las estrellas forman una numerosa familia. El Sol es el padre que dicta su voluntad en las celestes regiones; la Luna es su mujer; y las estrellas sus hijas a los que tiene que devorar para mantenerse cuando le es posible atraparlos.
Cuando el Sol se levanta por la mañana y las pequeñas estrellas le ven huyen despavoridas y no aparecen de nuevo hasta que su padre se mete por la boca occidental de su madriguera, por la que se arrastra hasta llegar al centro de la Tierra, donde tiene su cama; pero es tan estrecha que no puede revolverse y tiene que salir por el extremo oriental del mencionado escondrijo. A esta hora se va a dormir su esposa Luna.
Cada mes se aflige esta última cuando su marido devora alguna estrella, y se pinta de negro una parte de su rostro para demostrar su dolor. Poco a poco, sin embargo, se le va consumiendo la pintura, hasta que, al cabo de un mes, brilla otra vez su cara en todo su esplendor. Las estrellas son felices con su madre la Luna, y celebran su paso entre ellas con cánticos y danzas. Cuando transcurre algún tiempo, vuelven a desaparecer algunas estrellas pequeñas, y triste la madre Luna se viste nuevamente de luto.
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