domingo, 10 de marzo de 2013

El mago del tambor, Leyenda Inca

Había una vez, hace muchísimos años, una ciudad muy hermosa llamada Pariallá. Sus caminos se hallaban siempre llenos de flores y sus casas de piedra primorosamente labrada estaban adornadas con alfombras y tapices de tan brillantes colores que jamás se han vuelto a ver otros iguales. Habitaba esta ciudad gente muy trabajadora, hombres y mujeres que tejían preciosas telas con hilos de oro y plata.
Un buen día llegó a Pariallá un anciano. Caminaba apoyado en un bastón, su espalda se encorvaba tanto que el hombre se hallaba casi doblado en dos, sus viejos vestidos estaban ya hechos jirones.
Los niños que jugaban en la plaza, al ver aparecer a aquel desconocido, empezaron a burlarse del infeliz. Unos iban tras él, imitando su manera de andar, otros le tiraban sus viejos vestidos y algunos, hasta le insultaban. Mas el anciano seguía caminando muy tranquilo sin hacer caso de aquellos malvados chicuelos.
Anduvo largo rato, seguido de los niños, atravesó la ciudad y cuando ya se hallaba cerca de la salida del pueblo, introdujo la mano en una gran alforja y sacando de ella un lindo tambor se lo dió  a los muchachos  sin decirles una palabra.
Los chiquillos lo recibieron encantados y dirigiéndose al cerro donde jugaban siempre, comenzaron a tocar el instrumento con manos y pies.
¡Brun bun buun!; resonaba el tambor y el ruido repercutía entre los cerros y llegaba hasta las casas donde se hallaban las personas mayores.
¡Bruun buun buun!; a cada momento retumbaba más fuerte y los muchachos encantados palmoteaban y decían:
“¡Qué viejo tan zonzo; habernos hecho este regalo, después de que nosotros lo hemos insultado!”
¡Burrumbum, buuun, buuun!, sonó de pronto, con tal estruendo, que todos los que tejían dejaron el trabajo asustados y dijeron:
“¿Qué será eso?”
No habían acabado de hablar, cuando el muchacho mayor de la partida dio un puntapié al instrumento e hizo un hueco en una de las redondelas del cuero. En el mismo instante, se oyó un ruido espantoso como si hubieran sonado cien truenos y comenzó a salir del tambor agua y más agua. El líquido brotaba en cantidad tan grande que parecía una inmensa catarata. Pronto anegó las calles, entró en el interior de las casas, inundó todo el campo y fue subiendo, con tal rapidez, que en un dos por tres cubrió el pueblo, las chacras vecinas y el cerro donde se hallaban aquellas malvadas palomillas.
Aquel anciano había sido un poderoso mago y su tambor estaba embrujado. El viejecillo quiso entrar a Pariallá disfrazado de mendigo para probar si la gente que allí vivía tenía buen corazón. Y como descubrió que la caridad y amabilidad que debían mostrar sus hijos a los ancianos no existía decidió inundar aquel lugar carente de respeto.
Los viajeros que pasan hoy por ese lugar, contemplan maravillados una laguna azul como el cielo y transparente como el cristal, rodeada de verde hierba y de hermosas flores. En el fondo del lago se encuentra la ciudad de Pariallá, completamente cubierta por las aguas.


Leyenda tradicional