Oigo el rumor de los cipreses en las noches de luna
y pienso en las mil y una lunas adorables
que todos hemos tenido alguna vez en nuestras vidas,
distingo las voces quedas de la melancolía
y los murmullos con que la nostalgia me frecuenta.
Voces palpables, voces inefables, voces adorables
de la añoranza por lo que se fue o no fue y sigue siendo;
los murmullos que en mi oído suspiran vivencias agotadas
vasos donde conservo risas y sonrisas, ternuras y ademanes.
Oigo los forcejeos del viento con las viejas cortezas
de los árboles donde grabé los nombres de mis novias
enlazados al mío en medio de ígneos corazones,
vano intento de ciclones que terminan por arrancar de cuajo
aquellos esbeltos y altivos troncos de mi adolescencia.
Oigo el rumor de las olas de ya lejanas playas
y en mi mente aparecen manos que junto con las mías
tratan de atrapar al crepúsculo para ungir con sus aceites
la piel de nuestros cuerpos jadeantes y lascivos.
Cipreses y murmullos, cortezas y crepúsculos
(no es por nada) pero a mí me hacen siempre los mandados.
Otto Raúl González

