Cuando llega la noche y solitario torno
a mi grisáceo lecho, como a una madriguera
donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube
con guirnaldas de meses calcinados,
lloro, entre mi espléndida y vana anatomía,
como una rama balanceada por un triste viento,
apenas verdadera entre lujuria y olvido
y la luz que desprenden los contornos del día,
cuya fúlgida barca tanto ha costado despedir
una vez más, una vez más, entre los hombres.
¡Oh, armonía, oh juventud necesaria para el aire!
Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros,
y el son distante del viento en los tejados.
Ya el tiempo es evidente, y en él beben mis venas,
con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.
Enrique Molina